Reflexiones desde mi celda

 Este relato ganó el concurso organizado por Zenda con motivo del Día del Libro 2017. Más info.

La mayor cicatriz no es vivir cien años de soledad, sino recordar el perfume de la mujer a la que amo encerrado en una oscura celda, donde cada día puedo leer la crónica de una muerte anunciada, la mía

Los ángeles y demonios de mi interior lucharon entre ellos durante un tiempo, pero ahora la metamorfosis ya está completada, nunca volveré a ser lo que fui. Las mil y una noches que llevo en esta celda son mi peor enemigo. Ya he olvidado el color, el olor y, casi, el nombre de la rosa. Crimen y castigo que ni cometí ni merezco… si al menos tuviera la oportunidad de matar a sangre fría a los que me hicieron esto… La conjura de los necios funcionó, y mientras ellos, los miserables, celebran mi falta de libertad, yo sólo pienso en el extranjero que un día me avisó de todo esto. Lo hizo en 1984, el día de los santos inocentes. Su voz adelantándome todo lo porvenir vuelve a mi mente una y otra vez. El gran Gatsby se hacía llamar… Vaticinó todo lo que me iba a suceder cuando yo sólo pensaba en un mundo feliz. ¿Acaso debería haberle creído? ¿Yo? ¿Un poeta en Nueva York en el mejor momento de su vida? No, la odisea por la que he pasado no entraba en mi mente. Quizás mi orgullo y prejuicio me obligaron a rechazarle, a llamarle idiota y renegar de sus narraciones extraordinarias… ojalá pudiera retroceder en busca del tiempo perdido.

El ruido y la furia que inundan mi interior son capaces de destruir hasta los pilares de la tierra, pero de nada sirven en este reducido espacio, entre mi propia sangre derramada y la oscuridad, entre rojo y negro. Aquí ni siquiera podría componer 20 poemas de amor y una canción desesperada. Quizás el secreto esté en resistir, pero me niego a comprobarlo. Mi final se acerca, y cuando me muera, nadie preguntará por quién doblan las campanas, pues estas no sonarán. Joder, ni siquiera tengo un maldito libro con el que poder escapar de aquí. Niebla, ven a mí, estoy preparado para sucumbir. Las tumbas de Saint Denis me esperan como a tantos hombres buenos que llegaron antes que yo. El club de los suicidas va a tener un nuevo miembro.

Adiós, muñeca.

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