Más allá de Chandler, muñeca

Sigo buscando historias de detectives con gabardina y sombrero como aquellas que descubrí hace unos años, gracias a Daniel, de Librería Boteros, en la Feria del Libro Antiguo de Sevilla.

No es ningún secreto que escribo novela negra porque es el género que más disfruto. No hablo de la novela negra actual, sino de la clásica, esa en la que el detective -normalmente rudo, irónico y borracho- se mueve con profesionalidad entre los callejones y tugurios más oscuros de la ciudad. Algunos lo llaman hardboiled, aunque yo diría que no todos encajan realmente en esa etiqueta.

Una vez leídos y releídos los siempre soberbios personajes de Chandler y Hammett (siendo Marlowe el rey), y teniendo en cuenta que el padre de este género, Carroll John Daly, no tiene traducciones al español y sigue olvidado, continúo disfrutando con cualquier novela que protagonice un tipo con gabardina y sombrero que si usa su pistola es porque tiene los nudillos en carne viva. Y en la búsqueda de ese tipo de historias o, más bien, de personajes, pues en estas novelas la trama suele importar poco, un día, en la feria de Sevilla que más disfruto, la del Libro Antiguo, me topé con un pequeño ejemplar cuya portada tenía todo lo necesario para que lo comprara: la silueta de un tipo con gabardina y sombrero. No me hacía falta más.

Novela negra - el club del misterio - argentina

El club del misterio argentino

Pregunté al librero por aquella novela, y enseguida me enseñó otras dos más de la misma colección. Daniel me contó que estaban en perfecto estado a pesar de que fueron impresas en los sesenta (y en Argentina) y que formaban parte de una serie de novelas cortas con aroma a mi ideal de detective. Ni que decir tiene que me llevé las tres, siendo leídas a los pocos días. ¡Qué bien sienta descubrir algo «nuevo» que te encanta!

En la feria del año siguiente, busqué entre las casetas más ejemplares de la misma colección, pero no fue hasta llegar a la de Daniel (en ese momento no lo recordaba, pero era la de la librería Boteros) cuando este me recibió con una sonrisa, acordándose perfectamente de mí, y me enseñó nuevos ejemplares que había conseguido y guardado para la ocasión. Desde entonces, la tradicional visita anual a la Feria del Libro Antiguo de Sevilla sólo puedo empezarla yendo primero en busca de mi caseta preferida, deseando que la modesta colección que guardo en puestos de honor de mi biblioteca siga creciendo. Hasta ahora, he de decir que Daniel no ha fallado ni un año, y siempre consigue guardarme algún ejemplar perfectamente conservado.

A estas alturas, no sé qué me produce más felicidad, si leer esas novelas o la calma tensa que me invade los días previos a una nueva feria, a una nueva visita a la caseta Boteros, deseando que Daniel vuelva a enseñarme nuevos ejemplares de la serie donde tipos peligrosos y borrachos, pero con férreos códigos de honor, arriesguen sus vidas por una maleta llena de dinero o por una mirada de la chica de sus sueños.

Mi detective Costa, sin duda, es hijo de todas estas historias, tanto las que he leído como las que están por leer, y llevará su sombrero y su gabardina en cada nueva aventura a pesar de que las sitúe en Sevilla y no me quede más remedio que ambientarlas todas en invierno. Pero eso es otra historia…

Publicada en Argentina en los años 60, esta colección reunía relatos de distintos autores como un claro homenaje a lo que hoy llamamos novela negra clásica. No eran siempre escritores de renombre, y a menudo utilizaban pseudónimo, pero todos lograban capturar la esencia de los detectives cínicos, los bajos fondos y las tramas donde la moralidad es siempre ambigua. Cada libro es independiente, pero todos comparten un estilo común, con diálogos afilados, ambientes oscuros y ese inevitable aroma a whisky y a humo de cigarro que tanto disfruto. Esta colección no debe confundirse, sin embargo, con la del mismo nombre y mucho más famosa que publicó la Editorial Bruguera en España veinte años más tarde.

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